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Historias Fantasticas y Terror

Solo una ilusion

Solo una ilusion He pasado mucho miedo, señora María. Como nunca en mi vida, se lo puedo asegurar.
-He visto el cuerpo de ese animal, Angelica…
La mujer se me quedó mirando con miedo. Yo me quedé sin palabras. De pronto, dejó caer una lágrima.
-Dios mío…si mi marido estuviera aquí… esto no hubiera pasado... todo esto es tan horrible y… extraño…
-Está en lo cierto. Pero no voy a dejar que nos pase algo, ¿entiende señora María? No tiene de que preocuparse. Esas malditas criaturas no pasarán del umbral de la puerta. No lo permitiré.
La señora me miró y me sonrió. Solo nos teníamos el uno al otro. Era reconfortante saber que una no está sola en los momentos difíciles. Que hay alguien que está pendiente de ti. Yo estaba en deuda con esa mujer: aquella noche me salvó la vida al abrirme la puerta y yo se la salvé a ella al matar a aquella cosa en su porche trasero. Había matado a una de esas criaturas… y estaba dispuesta a matarlas a todas por salvar la vida de esa frágil y amable anciana llamada María.
-Señora María…-me levanté después de terminarme el café.-si no le importa… voy a descansar. Tengo la espalda destrozada y no he descansado nada, si no es mucho pedir…
-No, niña, descansa que te lo mereces…
-Si escucha algo… ya sabe…
-Tranquila… lo haré.
La sonreí de nuevo. Me encerré en la habitación. Mi cuerpo exhausto había caído en el blandísimo colchón de espuma blanca y, en pocos minutos, había logrado dormirme.
Pasaron las horas. El cielo se fue despejando poco a poco. Mi mente descansaba en blanco, salvo pequeños resquicios de una frase que se repetían constantemente… “…asesina…asesina…asesina” logré apartar esa pesadilla por segunda vez consecutiva y logré tener un sueño divino. Uno de esos descansos que recomponen a cualquier persona por muy destrozada que estuviera. Lo necesitaba. Y como lo agradecía.
Un rugido me despertó del plácido sueño que estaba teniendo. Enseguida temí lo peor: un nuevo ataque estaba a punto de dar comienzo en plena tarde. Me levanté de la cama de un salto y de un gesto rápido cogí la escopeta. El sudor caía por mi frente. Mientras me asomaba por la ventana, pude ver de qué se trataba. No era el rugido de ningún animal, sino que se trataba del ruido del motor de un coche que acababa de aparcar. Sorprendida, pude comprobar que un tipo alto con un traje de color crema y gafas de sol se bajaba de él. Su presencia me inquietaba. No me gustaba.
El tipo llamó varias veces a la puerta. La anciana apenas tardó en abrirle. Yo me quedé en el umbral de la puerta de mi habitación observando como la mujer le invitaba a pasar. El tipo agradeció su cordialidad, se sentó en el sofá y se dispuso a hablar con la mujer. No me había visto.
-Buenas tardes señora…me presentaré. Soy policía, mi nombre es Juan Santoro. Detective Santoro para muchos.
La mujer no pudo ocultar su complacencia.
-¡Oh, señor Santoro! No sabe usted cuanto tiempo hemos estado esperándole. Ayer por la noche… nos asaltaron… sí, señor detective ha oído bien. Nos asaltaron.
-¿Qué les asaltaron?
-Sí… no se lo va a creer pero unos animales… no sabemos si del bosque o de otro sitio nos atacaron a una amiga mía y a mí. Mi amiga mató a uno de ellos. Está en la parte de atrás. Nos hemos mantenido en esta cabaña todo este tiempo. Algo diabólico está teniendo lugar en el bosque… ¿sabe? Algo malo, realmente malo.
-Señora…-el hombre se sentó en la mecedora.- ¿de que demonios está usted hablando?-el detective no podía salir de su asombro.
-Ayer por la noche… una chica vino a verme pidiendo ayuda. Me dijo que unas criaturas le habían herido de gravedad y que estaban persiguiéndole. Vio unos rayos de fuego que surgían en el campo. Sí, señor, eso es verídico. Después salió un momento fuera y mató a una de ellas. Yo la vi con mis propios ojos, señor. Sí. Así es, la vi. Se ha quedado toda la noche haciendo guardia y está ahí, descansando en la habitación de al lado.
La mujer señaló a la puerta desde la cual yo estaba viendo a ambos. El policía miró súbitamente hacia mi dirección y yo logré echarme a un lado justo a tiempo para que no me viera. Después de mirar un poco la puerta entreabierta sin demasiado interés, el detective Santoro se volvió a dirigir a la abuela con una cara de severa preocupación...
Después de mirar un poco la puerta entreabierta sin demasiado interés, el detective Santoro se volvió a dirigir a la abuela con una cara de severa preocupación.
-Señora… ¿conoce a esa chica?
-No, señor detective. Ayer por la noche fue la primera vez en mi vida que le vi. Jamás en mi vida le había visto. Nunca.
-Ya… ¿y sabe como se llama?
-Sí señor, lo sé. Su nombre es Angelica Santos.
-¿Angelica Santos? Angelica Santos, Angelica Santos…
El tipo se quedó repitiendo mi nombre varias veces. Parecía querer gastarlo. Me resultó muy molesto. De pronto se puso en pie y cogió a la señora por el hombro.
-Señora… me temo que no es posible que el nombre de esa joven sea Anelica Santos.
Mi corazón dio un vuelco súbito. La señora se quedó mirando con cara de asombro al policía. ¿Por qué diablos no podía ser Angelica Santos mi nombre?
-Señor policía… ¿de que me está hablando?
-Le digo que la joven que está usted hospedando no puede tener como nombre Angelica Santos… porque Angelica Santos está muerta. Le asesinaron ayer por la tarde.
-¿Qué?
Mis manos comenzaron a temblar… ¿de que demonios estaba hablando aquel tipo?¿estaba diciendo que yo había muerto? Aquello era imposible… cada vez me resultaba más difícil contenerme detrás de la puerta. No podía aguantar esa conversación, era superior a mí…
…asesina, asesina, asesina…
Me estaba volviendo loca.
-Señora, lamento decirle esto… pero Angelica Santos fue una de las que fueron asesinadas ayer en un camping no muy cercano. ¿No ha visto las noticias? La policía organizó ayer una redada en un radio de diez kilómetros en torno al camping. Llevamos toda la noche intentando buscar al autor de estos asesinatos.
¿Qué,que,que?¿Que estaba diciendo?
-Parece ser que se trataba de un grupo de seis amigas. Una de ellas se volvió loca y se explayó con sus otras cinco amiguitas, matándolas a todas a base de cuchilladas. Tenemos sus datos: su nombre es Veronica Romero. Mis agentes y yo le encontramos medio perdida. Vagaba por la mitad de la calzada y parecía no recordar muy bien quien era. Intentamos detenerle pero echó a correr y le perdimos en el bosque. Después llamé a mis muchachos para hacer un barrido en todo el bosque y soltamos perros por doquier. Iluminamos el campo con focos para poder encontrarla pero no tuvimos suerte. Toda la noche intentando encontrarle pero no pasó nada. No le encontramos y además, perdimos dos pastores alemanes. No sabemos donde pueden estar… pero si sabemos una cosa: que ells es un peligro potencial, una bomba a punto de estallar. Creemos que puede tratarse de un brote psicótico originado por algún síntoma de mal estar y lo más seguro es que ahora mismo esté desorientada: sin que sepa ni quien es ni que hizo.
…asesina…asesina…asesina…¿Perros?¿Focos?¿Que, que diablos estaba diciendo ese maldito?¿estaba acusándome de asesinato?¿A mí? ¿Yo soy… Veronica… Veronica Romero? Pero… como es posible… no…puede…ser…yo soy Angelica, Angelica Santos. O…mi nombre era… ¿Rosa?¿Ana?¿Esther?¿Johana?¿Como puedo conocer sus nombres? Por el amor de Dios. Dios bendito escúchame. Yo… no conocía a nadie excepto esa señora. Esa señora era mi única amiga. Ella me ayudó a enfrentarme contra esos diabólicos seres… esos… esos… seres de ultra mundo… no, aquellos no eran perros, aquellos eran súbditos del diablo que intentaron atacarme y matarme. Querían mi sangre, querían mi alma y yo no estaba dispuesta a dársela. No a esos seres de ultra mundo. No a ellos. Mi alma es tuya señor… tú lo sabes… estoy en deuda con esa mujer. Ahora el hombre intentaba convencerme acerca de esos rayos infernales que cruzaban el cielo… decía que eran focos… pero no lo eran…¡profanador! eso era lo que quería que la mujer creyera, que se trataban de unos simples focos de luz para poder encontrarme. Sí, querían encontrarme para arrestarme y hacerme pagar por mis pecados. Pero yo no les iba a dejar. No… maldito cuerpo de policía infernal… malditos súbditos del diablo a los que yo llamaba amigos… no se merecían tal apodo… no se lo merecían. ¿Brote psicótico?¿De… de que estaba hablando? Yo estaba… estaba tan cuerda como nunca… maldita sea. Estaba cuerda. Cumplía la gracia del señor. Es cierto. Tenía que hacer una cruzada en contra de esas almas en pecado… yo era su purgatorio… su única salvación… él me lo dijo…

Tenía que hacer una cruzada en contra de esas almas en pecado… yo era su purgatorio… su única salvación… él me lo dijo…
Me centré y me relajé. Notaba el bulto de mi costado. Eché mano a ese bulto y descubrí que no se trataba de ninguna costilla rota, sino de una funda atada en la que guardaba un cuchillo de caza de aproximadamente treinta centímetros de longitud. Ese era el arma con el que (en teoría) yo había matado a mis cinco amigas. Saqué el arma de su funda y observe su perfecta hoja afilada llena de motitas de sangre. Ahora podía entenderlo todo. Todo lo que había sucedido aquella noche y todo lo anterior a aquella noche. Por fin lo entendí y comprendí que aquel hombre estaba en lo cierto. Sí, así es. Maté a mis amigas. Las maté con ese cuchillo. Era cierto. También es cierto que no existían seres de otro mundo ni rayos infernales. Es cierto. Todo fue un engaño de mi mente, que me hizo inventarme todas esas mentiras para poderme justificar. Sí. Tenía razón. Era una asesina, no se equivocaba. Maldita sea, estaba en lo cierto. Había engañado a la vieja. La había vuelto loca por unas sandeces sin sentido. Creyó todo lo que le había dicho. Y yo creía poder ser capaz de comenzar una vida creada a mi gusto. Una vida que comenzara de cero. Y si eso tenía que significar acabar con mi pasado, que así fuera. Contaba con la ayuda y el apoyo de Dios todopoderoso. Mis amigas tenían que morir. Sí. Tenían que morir. No había otra forma. No había otro método. Tal vez mi mente torturadora buscaba excusas para explicar todo lo que me sucedía. Tal vez me engañara a mí misma para poder ser feliz. Una sonrisa se había dibujado en mi cara. Mi mente… mi mente estaba limpia y clara: había renacido.
En ese momento, un movimiento lento me hizo despertar del coma profundo en el que estaba sumido. El policía estaba abriendo lentamente la puerta de mi habitación con su pistola reglamentaria, una nueve milímetros, en su mano.
-¿Hola? Chico… ¿estás ahí? No me lo pensé dos veces… cerré la puerta sobre su brazo de forma brusca. El tipo aquel… Santoro, se puso a gritar y dejó caer la pistola al suelo. No cesé de cerrar y abrir la puerta una y otra vez hasta que me cerciore de que el hueso de su brazo se había roto. El chasquido sonó en toda la casa y el hombre cayó al suelo medio conmocionado. Comenzó a gritar y a moverse: su codo se había salido de su sitio y el hueso asomaba ligeramente en uno de sus extremos. Me asomé para comprobar el estado de aquel hombre. No paraba de moverse sobre sí mismo. Yo llevaba la escopeta de caza en mi mano izquierda y con la mano derecha recogí su arma del suelo. Después me quedé observándole un buen rato. Era una imagen preciosa. Aquel hombre… se había derrumbado, se había tenido que arrodillar frente a todo el poder que yo tenía. Parecía un diablo que había sido vencido y que ahora estaba convulsionándose entre su propia sangre…
Me acerqué a él y me puse a observar cada uno de sus gritos de clemencia y piedad completamente inútiles; el pobre pensaba que iba a librarse de la muerte. En el otro extremo de la habitación, la señora María lloraba y lloraba desconsolada en una esquina. Tenía mucho miedo. Su mirada, sus ojos, delataban su miedo, su terror. Eso… era una cosa que realmente me confortaba. Me gustaba el saber que la gente tenía miedo de mí. Me hacía sentir poderosa. Poderosa frente al mandato que Dios me había ordenado.
Me levanté, y al hacerlo, le descargué un tiro de escopeta en la cara al detective Santoro. Sus ojos saltaron por los aires y sus sesos adornaron la alfombra de la habitación, tiñéndola de color rojo. El tipo dejó de moverse y dejó de gritar. Todo un alivio para mi cabeza, porque, de verdad, me dolía terriblemente. Después de esto, la anciana intentó salir de la casa por la puerta. Sus manos nerviosas no pudieron abrir. Sin embargo, el cañón de mi escopeta pudo encontrar su espalda. Apreté el gatillo rápidamente y el retroceso casi me hace caer al suelo. Los perdigones se estrellaron sobre su columna y la mujer se desplomó contra la pared, rebotando en ella y cayendo al suelo completamente muerta. Era una escena francamente preciosa, toda la habitación inundada de humo. Podía quedarme observándola todo el resto de mi vida. Ese silencio tan mortal… era magnífico. Era reconfortante. Retransmitía PAZ. Paz en mi interior. Paz en mi mente. Las voces… se habían callado. Ya no hablaban, ya no me acusaban. A Dios le había gustado mi acometido. Podía seguir adelante, me animaba a ello.
Registré el cuerpo del policía y encontré las llaves de su coche. No podía llevarme la escopeta porque era demasiado grande y muy poco útil; en cambio, la nueve milímetros era un arma perfecta para mí, así que la introduje en el bolsillo de mi pantalón. Eché un último vistazo a mis espaldas y vi por última vez ese maravilloso cuadro mortal formado por los cadáveres de esos dos súbditos del diablo. Eran auténticos siervos de Satanás a pesar de su apariencia tan inocente, así que mi conciencia estaba tranquila, tranquila al saber que le había hecho un favor al mundo y que Dios estaba contento conmigo… su poder se había alzado victorioso contra todos esos profanadores y sacrílegos… ¿Sádica? Yo no soy una sádica: solo soy una enviada de Dios.
Abrí el coche. El vehículo hizo un pequeño ruidito con la bocina y las cerraduras se abrieron de golpe. Abrí la puerta del conductor y me introduje dentro. Metí las llaves en el contacto y el coche arrancó sin apenas forzarlo. Puse la radio: había una canción. Me gustaba el tono optimista de ésta, la cantaba una chica. Su melodía suave y armoniosa se apoderó de mí. Intenté tararear la letra pero apenas la conocía, así que hice el ridículo. Esbocé una sonrisa. Pisé el acelerador suavemente y fui cambiando de marchas hasta llegar a una carretera que desembocaba en la autopista. Allí podría decidir a que ciudad ir.
Entonces fuiste tú, señor, quien con tu dedo firme me indicaste el nuevo lugar en el que yo podría seguir liberando almas repletas de maldad. Tú me indicaste el camino a seguir y me hiciste conocer todo tipo de nuevas profanaciones que necesitan de mi apoyo para obtener tu perdón definitivo. A cambio de cumplir tu cometido, tú me regalarás una nueva vida, una nueva personalidad. Por eso, gracias a ti y a mi nuevo nombre, ahora conozco nuevos ambientes, nuevas formas de trabajo y también…

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